Retumban acordes, uno y otro y otro.
Y caen lágrimas, una y otra y otra.
Y a veces la inmensidad se hace demasiado intensa.
Y aquí algo tiembla, y yo tirito de intensidad.
Nunca se desdibujó el horizonte, pero me empeñé en verlo
siempre vacío. Y entonces, entre lo inmenso que es el mar y las olas, cambió la
perspectiva. Y hay tanto miedo en tantos versos, tantas historias que nunca pensamos
contar en estos cuerpos.
Yo quise correr, huir.
Esta vez algo me pidió que me quedara, a pesar del riesgo de
permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio, en el mismo cuerpo o en la misma
cama. A pesar de ver pasar trenes o subirse, sin saber cuando va a ser el
último.
Y solo a veces, hay un pequeño espacio y uno encuentra su
lugar. Aunque no esté en ningún punto cardinal, ni en ningún punto geográfico concreto;
simplemente sea el cobijo de unas costillas, el roce de una piel, o un
amanecer.
Y por una vez lloré, temblé y me desvanecí; y esta vez no
fue por miedo, fue por miedo y por amor.