Todo eran oídos sordos, miradas hacia otro lado, el país
latía a pulso constante; y después vinieron los latidos a contratiempo, la
falta de aire y el contador de cifras ascendiendo de manera exponencial.
Fue un preciso momento en el que cada cual se dejó caer
desde el borde de la ignorancia al vacío de un mundo parado. Y llegó el miedo
cuando empezó a cerrarse el círculo del riesgo alrededor de nosotros.
Entre las cuatro paredes, podemos sentir como en los
colegios ya no se escuchan risas, en los parques vallados se oye silencio, en
las estaciones se escucha eco, en los museos se oye el arte llorando de vacío.
Y en las casas se escucha encierro, y en la calle se oye
pandemia.
Nos ha tocado, Madrid, ser el centro de la muerte. Y todos nos
miran con temor y nosotros a ellos con lágrimas. La morgue que estamos
arrastrando se lleva muchas almas, y dejará muchos muertos en vida por las
despedidas que nos están arrebatando.
Con lo bonita que eres, Madrid, te has quedado sola en tus
avenidas, tendrán rabia la Plaza Mayor, Sol y la Gran Vía… Y con lo bonitos que
sois los rincones de España, os habéis quedado solos.
Nos hemos quedado solos.
Pasan los días, y alargan semanas. Y nosotros sentados, mirando
como retransmiten una guerra de un solo bando. Y todos esos médicos jugándose la
vida en una lotería, por salvar miles.
Y cuando esto acabe, será la economía la que venga de la
mano de un respirador; España seguirá ahogada por mucho tiempo. Y seguiremos en
una lucha continua por la supervivencia de cada casa, de cada familia, cada
mes.
Todos los años cuesta sobrevivir a marzo.
Por todas las calles sin un alma, y los miles de almas que
se está llevando el viento.