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jueves, 26 de marzo de 2020

Sobrevivir a marzo.


Todo eran oídos sordos, miradas hacia otro lado, el país latía a pulso constante; y después vinieron los latidos a contratiempo, la falta de aire y el contador de cifras ascendiendo de manera exponencial.

Fue un preciso momento en el que cada cual se dejó caer desde el borde de la ignorancia al vacío de un mundo parado. Y llegó el miedo cuando empezó a cerrarse el círculo del riesgo alrededor de nosotros.


Entre las cuatro paredes, podemos sentir como en los colegios ya no se escuchan risas, en los parques vallados se oye silencio, en las estaciones se escucha eco, en los museos se oye el arte llorando de vacío.

Y en las casas se escucha encierro, y en la calle se oye pandemia.


Nos ha tocado, Madrid, ser el centro de la muerte. Y todos nos miran con temor y nosotros a ellos con lágrimas. La morgue que estamos arrastrando se lleva muchas almas, y dejará muchos muertos en vida por las despedidas que nos están arrebatando.

Con lo bonita que eres, Madrid, te has quedado sola en tus avenidas, tendrán rabia la Plaza Mayor, Sol y la Gran Vía… Y con lo bonitos que sois los rincones de España, os habéis quedado solos.
Nos hemos quedado solos.


Pasan los días, y alargan semanas. Y nosotros sentados, mirando como retransmiten una guerra de un solo bando. Y todos esos médicos jugándose la vida en una lotería, por salvar miles.

Y cuando esto acabe, será la economía la que venga de la mano de un respirador; España seguirá ahogada por mucho tiempo. Y seguiremos en una lucha continua por la supervivencia de cada casa, de cada familia, cada mes.


Todos los años cuesta sobrevivir a marzo.

Por todas las calles sin un alma, y los miles de almas que se está llevando el viento.