Miedo, pobreza, muerte, la nada. Llantos, derrumbamientos,
estallidos, bombas, pérdidas, la guerra. Más allá de las fronteras colindantes, angustia, sobrepoblación, egoísmo, el refugio. Vallas que recogen la libertad
relativa del que ha huido victorioso de una lucha de religiones y política; que
recogen la vulnerabilidad y la inocencia de Siria. Mujeres, hombres, niños,
ancianos. Padres, madres, hijos, familias. Unidos, separados, solitarios o
huérfanos. Un espacio pequeño para albergar la cantidad de almas que pretenden
alcanzar la vida, aún habiéndose visto frente a la muerte de una forma caótica.
Conocedores de la miseria permanecen recluidos entre ellas, sin dejar por ello
de sentirse satisfechos de su logro. Las esperanzas están a punto de extinguirse, las fronteras cerrarán
sus puertas, todos los sueños quedarán hechos polvo para aquellos que no han
llegado a la cárcel encubierta húngara después de tanto luchar. Hungría, entre
otros territorios, no es la meta pero sí el límite de seguridad después de convivir
cuatro años en una guerra que ahora ha alcanzado la cúspide.