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domingo, 27 de diciembre de 2015

Refugiados.

Miedo, pobreza, muerte, la nada. Llantos, derrumbamientos, estallidos, bombas, pérdidas, la guerra. Más allá de las fronteras colindantes, angustia, sobrepoblación, egoísmo, el refugio. Vallas que recogen la libertad relativa del que ha huido victorioso de una lucha de religiones y política; que recogen la vulnerabilidad y la inocencia de Siria. Mujeres, hombres, niños, ancianos. Padres, madres, hijos, familias. Unidos, separados, solitarios o huérfanos. Un espacio pequeño para albergar la cantidad de almas que pretenden alcanzar la vida, aún habiéndose visto frente a la muerte de una forma caótica. Conocedores de la miseria permanecen recluidos entre ellas, sin dejar por ello de sentirse satisfechos de su logro. Las esperanzas están a  punto de extinguirse, las fronteras cerrarán sus puertas, todos los sueños quedarán hechos polvo para aquellos que no han llegado a la cárcel encubierta húngara después de tanto luchar. Hungría, entre otros territorios, no es la meta pero sí el límite de seguridad después de convivir cuatro años en una guerra que ahora ha alcanzado la cúspide. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

Adiós mundo. (Relato ganador del concurso literario del IESDI2014)

Noto como los primeros rayos de sol se cuelan por mi ventana y me golpean en la cara, hago el amago para girarme con rapidez pero la debilidad de mi cuerpo no me lo permite. Hace ya varias semanas que dejaron de someterme a las sesiones de radioterapia; sin embargo, mi organismo se va debilitando poco a poco sin que puedan hacer nada por impedirlo. Mi pálida tez, que siempre ha tenido una tonalidad clara, ahora es totalmente blanca; y mis ojos, que habitualmente lucían un alegre azul verdoso, en estos últimos días han ido decayendo y no consigo abrirlos demasiado; del largo pelo negro y liso que tenía hace tres años ya no queda nada, mi cabeza esta rapada para evitar la desagradable sensación de ver como se caía a mechones; y de mi atlético cuerpo solo quedan los huesos que casi alcanzan a traspasar mi delicada piel.
Observo las paredes azules y beige que me rodean, las mismas que llevan rodeándome desde los 16 años. Acaricio el denso colchón de hospital y abrazo la almohada con las fuerzas que me quedan, mi confidente cuando sentía miedo y quería llorar sola. Miro a mi compañera, Silvia, y me acuerdo de los meses que llevamos compartiendo esta habitación, cuatro para ser exactos; al parecer ella todavía puede luchar y le dan más esperanzas de las que a mi me han dado en estos años; me da envidia, ella aún no ha perdido la esperanza de vivir; pero ya no importa, cuando aceptas que no queda ninguna oportunidad lo único importante es luchar el tiempo suficiente para despedirte de las personas que han estado a tu lado en este largo camino y agradecérselo. Al otro lado está mi madre, la persona que más ha sufrido este tiempo y la que más va a sufrir  con esto; preciosa, como siempre. Contemplo su cara y sonrío amargamente, la mujer con la que he compartido mi infancia, mis tristezas, mis mejores sonrisas y los mejores besos; me duele que mis últimos recuerdos de ella sean borrosos ya que apenas puedo entornar los ojos. Y mi padre, que me ve llorar y se acerca a mí, me besa la mejilla con delicadeza y me acaricia la cabeza con cuidado, puedo notar el miedo en su respiración. Todos sabemos que las semanas de esperanza que el doctor nos dio ya se han agotado y que estamos esperando lo inevitable.
Miro a mi padre a los ojos y seguidamente cambio mi vista a los ojos de mi madre. Sé que sienten el miedo y la rabia que llevan con ellas mis lágrimas. Intento incorporarme en la cama pero es inútil, me desvanezco sobre el colchón y gruño de dolor. Mi madre llora, y mi padre se contiene mientras me ayuda a sentarme; casi no soy capaz de mantener mi propia cabeza, nunca imaginé que con diecinueve  años pudiera estar al borde del abismo sin poder mantenerme ni tan siquiera sentada.
Mi madre me agarra la mano, es triste no sentir a penas su caricia, miro mi mano y ella lo entiende, me da un beso en la mejilla y se mete conmigo en la cama. Como cuando yo era pequeña y necesitaba que me leyera un cuento para poder dormir; hoy, después de diez años, necesito su calor más que nunca. Me acurruca entre sus brazos con cuidado y las lágrimas caen solas de mis ojos, no necesitan ninguna fuerza para hacerlo. Mi madre besa mi rapada cabeza mientras tiembla. Escucho su voz y eso me tranquiliza aunque sé que es una despedida. Me susurra ``te quiero´´ cerca de mi oído y me dice que nunca olvidará ninguno de los días de su vida que ha compartido conmigo. Mi padre me besa la frente y saborea el tacto de mi piel aún cálida, de sus labios salen las palabras como pueden y, después de un largo suspiro, entre lágrimas me dice: ``Siento que no vayas a disfrutar los mejores años de tu vida, siempre serás lo mejor de mi vida y lo sabes hija, nunca vamos a olvidar esa preciosa cara mi amor.´´
No puedo ni tan si quiera hablar, mi garganta ya ha perdido toda fuerza y necesito decirles algo antes de dejarles. Levanto mi mano y la muevo como si estuviera escribiendo. Mi madre lo comprende y me da una libreta, mientras coloca el bolígrafo de tinta azul en mi mano derecha. Con todas las fuerzas que me quedan escribo:
``Ya queda poco, muy poco. Es difícil dejaros porque habéis sido uno padres increíbles y apuesto lo que sea a que también lo hubierais sido como abuelos. No pretendía que estos tres años fueran así;  luché por sobrevivir, y nadie mejor que vosotros puede saberlo. Siento haberos alejado de nuestra familia y también haberos aislado en este hospital durante tanto tiempo. Ha sido duro y triste pero a partir de ahora disfrutar la vida como lo hubiera hecho yo, por favor. Gracias por esta vida, gracias por todo lo que habéis hecho por mí durante estos diecinueve años y por darme todo lo que me habéis dado. Solo queda deciros adiós papá, adiós mamá. Continuar con vuestro día a día y dedicarme una sonrisa cada vez que tengáis oportunidad. Os quiero como a nadie, nunca lo olvidéis.´´

Suelto el bolígrafo y mi madre coge la nota, me mira para confirmar que la pude leer ahora y afirmo débilmente con la cabeza, ya que mis fuerzas se han agotado casi por completo. Observo a mis padres llorar mientras leen y cierro los ojos rindiéndome a la vida. Mi madre me coge la mano y yo sonrío; siento sus labios y los de mi padre en mi piel e intento gritarles que les quiero pero es inútil. Todo acaba para mí. Escucho la voz de mi madre lejana decir ``mi vida, no nos dejes por favor.´´ entre el llanto; y la de mi padre que dice ``te echaremos de menos princesita.´´ Veo todo blanco, muy blanco y poco a poco todo se consume. Pienso que mi vida ha sido corta y sencilla; ahora que me quedan pocos segundos me doy cuenta de que la vida es caprichosa y hay que vivirla cada día disfrutando de las risas y los buenos momentos, que no hay tiempo para lágrimas y dolor. Todo se queda oscuro en mi mente y mis pensamientos se desvanecen. Adiós mundo.

martes, 8 de septiembre de 2015

Sueña

Es ese instante. Momentos precisos. La sensación de volver a estar cayendo al vacío, sintiendo a su vez el miedo de arriesgar y golpearte en un choque mortal...pesadillas.
Pero, querida amiga ,me digo, has de saber que también forman parte de los sueños; y qué son estos sino fantasías. Ya lograste en otras ocasiones escapar de los gritos que se repetían en tu cabeza, de la soga que se apretaba lentamente alrededor de tu cuello causando cada vez una presión mayor, escapaste de la bestia; fuiste capaz incluso de prever la peor de todas ellas que te hizo temer pero al llegar ya la estabas esperando tú.
Por eso, no entiendo por qué te mantienes despierta, negándote unos bonitos sueños. Cierra tus párpados y déjate de nuevo, para soñar que unos brazos poco conocidos te alejan del precipicio. Convierte tus instantes en momentos precisos propensos a la felicidad. Entiendo que ya no permitas que te toquen a causa de las secuelas que dejaron los sueños pasados, pero déjate acariciar.
Ayer ya tuviste suficientes noches de sudor, lágrimas e inquietud; pequeña, hoy solo tienes que dejar a tus sueños guiarte.
Por favor, olvida las noches en vela y permítele a Morfeo que te traslade a sensaciones más dulces, a paisajes de ensueño, a ese deseo de nuevo de convertir la irrealidad en vida. Devuélvete las ganas de arriesgar.

lunes, 31 de agosto de 2015

Condenados.

¿Alguna vez os parasteis a observar el asfalto correr desde el asiento trasero?, ¿o pensasteis en la posibilidad de que arrastre olor a plástico quemado, sangre de accidentes mortales o reflexiones de aquellos nostálgicos empedernidos que viajan? Quizá, estamos condenados a eso, a ser tan solo humanos y aún así regocijarnos en ello; condenados a no mirar más allá, a morir sin descubrir realmente lo bonito de la vida.
¿Alguno de vosotros alguna vez sintió cómo la rabia era la que manejaba el bolígrafo, o cómo dolía escribir aquellas frases? Quizá, estemos condenados a eso, a obligarnos a callar, a huir del dolor; condenados a no sentir, a no expresar.
¿Habéis conseguido alguna vez sentir la paz, o tan solo os condenasteis a observar lo que teníais delante? Quiero decir, ¿aspirásteis el olor a sal hasta calarse en vuestros pulmones cerrando los ojos poco a poco escuchando el romper de las olas y soltando el aire en un suspiro de placer o guardas en una foto la triste imagen de un horizonte que no te transmite nada, a ti, un condenado más?
¿Y, nunca fuisteis capaces de, alguna vez, plantearos lo ruin que es la vida cuando se pasa siendo esclavo de una ignorancia perpetua?
Considerarse tan solo un humano es vivir en una monotonía anclada a una sociedad mal estructurada que nos consume; es necesario abrir la mente y soñar despierto.
¿Si te hablara de volar me dirías que es imposible por ti mismo?
Cada cual deberíamos encontrar una forma propia de hacerlo sin levantarnos del suelo.