Error. Asociar la inmensidad al tiempo, de manera proporcional.
¿Acaso avisan las balas cuando están cerca? Las balas impactan, hacen
surco; y la sangre sale sin preguntar si es el momento preciso; brota, mancha y
deja rastro. Sólo puedes huir cuando ves el cañón apuntando, si escuchas el
disparo ya no hay vuelta atrás; y así es la inmensidad, como un ruido
estremecedor y breve en el que ya no hay opciones, sentir el roce piel con piel
y estallar.
Miedo. Singular sensación de protección en el antes y el después, y entre
el antes y el después. El sentimiento de los cobardes que se apiadan del
silencio para sentir seguridad.
Nos da miedo el disparo, porque el impacto es silencioso.
Placer. Amamos el riesgo a pesar del pasado. Aceptamos las consecuencias
con tal de sentir el calor. Dan más miedo las noches a oscuras, las noches a
solas, que equivocarse una vez más.
Donde caben dos, caben tres, agujeros de bala en la piel.
Imposibles. Entre el mar, el viento y los disparos; tiempo, distancia y
silencios.
A veces duele no haber esquivado la bala.
Amor. Volver, a pesar del tiempo; y hurgar en la herida buscando
respuestas. Volver, a sentir piel con piel, el roce de unas manos, el calor de
unos labios.
Y sacar la bala, quizá la bala perdida definitiva.
Madrugada. Y ahora entre la distancia y el miedo, cogerse las manos
entrelazando los dedos para recordar el tacto. Hace dos meses que se
extinguieron las noches en compañía, hace dos meses que nos consumimos en
soledad.
Hace dos meses que buscamos un reencuentro cara a cara para volver a
recibir un impacto de inmensidad.