Volví a abrir el lienzo para dibujar mis traumas; en un alma
pútrida no cabía la esperanza de dibujar más allá de la oscuridad. Grité a la
nada a la desesperada, con la desesperanza del ahogo del silencio del que
responde. Escupí un desierto de soledades; esculpí mi propio porvenir.
Volví a abrir un abismo para desdibujar mis grietas; en un
pecho hundido solo pudo hacerse el hueco más profundo. Pude ver al destino cara
a cara; vi el reflejo de la nada, pero me acostumbré a ella.
Y en ese espacio muerto, entre el invierno y un hueco vacío,
he vuelto a abrir mis heridas. Me he partido en canal con la vulnerabilidad del
que sabe que tiende su mano y le van a arrancar un brazo. Ha habido un instante
que he creído en el amor; pero vino y se esfumó, con la inverosimilitud de todo
lo que no existe.
Y en ese espacio muerto, entre el olvido y el tiempo, se han
resignado mis ojeras. Ha vuelto la oscuridad a soplar mi nuca, acariciando tenue
todos mis desánimos.
Y ahora sigue latiendo rabia después del tiempo; porque cae
la noche y la soledad agarra mi cuello y aprieta asfixiando mi esperanza. Cayendo
a bajo cero, hielo puro en puro intento de encontrar calor y abrasarme con las
llamas de unas ascuas acabadas.
Y ahora sigue pasando el tiempo. Con los traumas, con las
grietas y con la soledad de la mano calcinando un cuerpo helado.